México ha dado un giro inesperado en el tablero geopolítico al confirmar su participación en la próxima cumbre del BRICS en Río de Janeiro. La presidenta Claudia Sheinbaum, en un anuncio que tomó por sorpresa a muchos, ha declarado que el país no solo asistirá, sino que se presentará como una potencia emergente en un momento crítico para la Casa Blanca. Este movimiento se produce en medio de crecientes tensiones comerciales con Estados Unidos y una búsqueda de nuevas alianzas que desafían la hegemonía norteamericana.
Mientras el mundo observa cumbres en Los Ángeles, México se aleja de los intereses tradicionales de Norteamérica, eligiendo en su lugar acercarse a Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica. Este cambio no es casual; es parte de una estrategia bien calculada para fortalecer vínculos y diversificar su economía. Sheinbaum ha dejado claro que México no va como espectador, sino como un actor clave en la nueva arquitectura global.
La invitación del presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva ha sido fundamental para este acercamiento, que busca reactivar el sur global como una fuerza transformadora. En un contexto donde Donald Trump ya ha expresado su preocupación sobre la amenaza que representa el BRICS para el dólar y el orden occidental, México está tomando medidas audaces para asegurar su autonomía y fortalecer su industria, especialmente en el sector farmacéutico, donde se están negociando acuerdos con India para establecer plantas productoras de medicamentos.
La participación de México en ambas cumbres, el G7 en Canadá y el BRICS en Brasil, en el mismo mes, simboliza un cambio radical en su política exterior. Este movimiento podría no solo transformar las relaciones comerciales del país, sino también redefinir su papel en el escenario internacional. La pregunta no es si México puede unirse al BRICS, sino si el mundo está listo para un México verdaderamente libre y multipolar. Este es un momento decisivo que podría abrir un abanico de oportunidades económicas y estratégicas sin precedentes.